De la ciudad al campo: un camino desde la explotación vital a la integración natural

Hablar de la ciudad y el campo, para mí, es hablar de un proceso de liberación personal y de autodescubrimiento. Es un camino en el que he conseguido pasar de un ritmo frenético, que me arrastraba inconscientemente hacia el túnel de la producción continua, a un ritmo más natural y calmo dónde mi forma de trabajo se integra con los tiempos de la naturaleza. Es un estado de conexión en el que, a diferencia de cómo lo vivía en la ciudad, me puedo permitir sentirme y trabajar cuando mi energía está en ello, y crear, cultivar, contemplar o simplemente descansar, cuando así lo siento. Y es curioso porque, desde que estoy en el campo, desde que tengo la fortuna de vivir en el pueblo, trabajo mucho más que antes y he adquirido muchos más conocimientos y más variados que antaño. No son mejores ni peores pero si son más diversos y enriquecedores. Y esas son para mí las dos ideas o conceptos que mejor resumen mi cambio de forma de vida: diversidad y enriquecimiento o abundancia.

Mi vida en la ciudad era más plana, más monótona. Mi labor cotidiana se desarrollaba como parte de un engranaje en el que, mis tiempos, estaban marcados casi en su totalidad. Y eso que era mi propia jefa como socia fundadora de un bufete y gerente del despacho. Pero, sí recuerdo hasta como me irritaba la llamada de algún familiar o amigo cuando estaba en momentos de horario laboral”.

Era buena profesional, destacaba y además del ejercicio como Letrada Urbanista impartía clases en distintos cursos vinculados a dicha materia. Mis conocimientos aumentaban cada día, pero siempre iban enfocadas a lo mismo, a la rama del derecho público al que me dedicaba. Y sí, tenía un trabajo y un buen sueldo, pero trabajaba en exceso (solo respetaba el sábado que era mi día de desconexión laboral) y el valor de mi tiempo y de la vida que estaba consumiendo no compensaba mis ganancias y, mucho menos, mi sentir interno. La cuestión es, que, con el tiempo, me fui agotando, me fui cansando y lo que en un principio creí que era estrés, (estrés crónico me diagnosticó el médico) con el tiempo, tras alejarme de esa vida laboral, de la vida urbana, me di cuenta de que en realidad era un vacío existencial. Y conste que me gustaba mi trabajo, pero perdió todo su encanto cuando se convirtió en una obligación y en un correr continuo para poder satisfacer con prontitud y cuasiperfección, sin casi opción al error, las demandas de los clientes, de las administraciones y de todas las exigencias legales vinculadas a tu trabajo, cada vez más inmediatas y apremiantes, porque es el ambiente con el que, la inmensa mayoría, convive en los núcleos urbanos.

Mi cambio me ha permitido percibir ambas realidades, la urbana y la rural. Y cada día estoy más convencida de que, la artificialidad de la ciudad, a la que hemos desposeído de los elementos de la naturaleza, y en la que la creación de la vida está ahogada entre capas de hormigón, nos desconecta de nosotros mismos y, con ello, de la Tierra. Y es esa profunda desconexión la que nos empuja a un ritmo insano, inmediato, pleno de exigencias y obligaciones que nos han convertido en máquinas de producción laboral, aparte de confundirnos en muchas otras cosas.

Tras dejar el despacho, retome una nueva vida que me ha ido sorprendiendo y llevando por caminos que no podía siquiera aventurar.

Descubrir la vida rural, al venirme a vivir a un pueblo en la montaña, me trajo toda la paz y sosiego del mundo natural que se enfrentaron abruptamente a mi agitación interna y al ritmo frenético del que venía. Han sido años complicados en los que una parte de mí era impulsada a hacer y no parar, a idear, proyectar, trabajar -continuando el impulso tras la frenada que provenía de mi vida anterior- y otra, me invitaba a la tranquilidad, al disfrute, al relax y a la observación, conectando con la plácida calma de la frenética actividad creadora de la Tierra.

Y lo que ahora sí tengo claro es, que, cuando el trabajo pierde su carácter artesano, de ritmo tranquilo y satisfactorio para ti y tu cliente, algo empieza a ir mal. Cuando te valoran más por la cantidad, los números y el rendimiento que por la calidad y el sentido de la responsabilidad algo no está bien. En ti, y en la sociedad que lo impulsa y permite.

Sin embargo, aún hoy, sigo viendo que, la vida en la ciudad, tal y como está planteada actualmente, inclusive con sus formas de trabajo encorsetadas que provienen de siglos atrás y de creencias de generaciones muy anteriores a la nuestra, sigue alienando y esclavizando escolar y laboralmente a demasiadas personas, sin distingo cultural. Y que muchos humanos están ansiosos de dar un giro radical a sus vidas, de cambiar de lugar, pero se frenan por múltiples motivos y razones.

Por mi experiencia personal puedo decir que otra forma de vida más acorde con lo que os está pidiendo internamente a gritos vuestro ser  algunos de los que me leeis, es posible. Yo lo he hecho, y muchos más humanos, antes y después que yo, avanzan en ese recorrido que es el encuentro verdadero con uno mismo.

Para mí, llegar al campo ha sido mi liberación. Si tu ser ya te lo está demandando, escúchalo, y avanza en pos de esa otra vida que te haga ser más tú y sentirte más a gusto contigo mismo.

No pierdas la oportunidad. No sigas dejando pasar el tiempo viviendo una vida que no quieres vivir. 

Atrévete, y haz caso al latido de tu corazón, al latido de la tierra que te empuja a cambiar de vida.

Hay un momento en la vida en el que miras hacia atrás, y todo encuentra su sentido.

Eso nos pasó a nosotros al tiempo de romper con nuestras vidas ya establecidas y venirnos a vivir al Pueblo, dónde conectamos con nosotros mismos.

La naturaleza es una necesidad básica, un derecho fundamental, que nos ha sido negado al vivir en ciudades alienadas dónde todo está enfocado al trabajo, a la producción, al consumo y nada está diseñado para el sencillo acto de contemplar y disfrutar del proceso de la vida.

Densidad urbana. Sin atisbo de naturaleza
En cualquier ciudad: asfalto, cemento y artificialidad como señas de identidad. Y residiendo en ellas, las personas, o quizás, seres perdidos.

La ciudad es pura artificialidad, un mundo gris lleno de asfalto y cemento que te priva de sentir la fuerza creadora y la abundancia continua que emana de la Tierra. Hemos llegado a la conclusión de que esa profunda desconexión de la Tierra y aislamiento de todo lo natural que se respira en el mundo urbano, nos ha negado a nosotros, las personas, sentir el pulso vital. Nos ha impulsado a desarrollarnos más como máquinas de producción, como eslabones de una cadena, que como los seres vivos, creativos e interconectados que realmente somos. Y de paso, hemos hecho lo mismo con la Tierra, la hemos mercantilizado y desprovisto de su esencia. Esa que, durante milenios, la mayoría de las sociedades y tribus antiguas que aún vivían conectados con ella, hizo que la llamaran Madre (y al sol, el Padre,) y la consideraron algo sagrado y digno del mayor de nuestros cuidados.

Los animales se alimentan de la propia Tierra y luego enriquecen el suelo haciéndolo más fértil con sus desechos..

En la naturaleza aprecias que todo está entrelazado.

Puedes ver, solo en la capa más superficial de lo que es apreciable por nuestros ojos, como todo fluye y se equilibra a partir de la presencia continua de muchos elementos, sol, tierra agua, viento, insectos, flores, plantas, animales, subsuelo, ……

El desierto del Sahara alimenta el pulmón verde del Amazonas. (sobre esto publicaré un post propio)

Los desechos orgánicos son transmutados en hummus, el abono que nutre la Tierra. Gracias a la acción del sol, la lluvia, el aire y esos seres sagrados que para los egipcios eran las lombrices, que regurgitan los desechos orgánicos y los convierten en fuente de vida. Del mismo modo que nuestras sombras, nuestros puntos débiles, transformados debidamente, son la semilla de nuestra mayor fertilidad o fecundidad creativa.

Asomarte al vacío de contemplar la naturaleza, es mostrarte todo un camino de abundancia, arrojo y resiliencia para seguir siempre hacia adelante, evolucionando desde la más pura cocreación e interconexión entre todos sus elementos.

Estamos conectados con la Tierra. Es una realidad innegable.

Somos seres que estamos vivos gracias a ella que es la que nos da todo lo que necesitamos para respirar, alimentarnos y cobijarnos.

Quizás este lugar no es para todo el mundo, lo sabemos. No todos podemos resonar aún con este mensaje. Pero buscamos que nos conozcas y que escuches dentro de ti ese latido antiguo que late desde siempre en tus entrañas. Nathium.

Ese latido que sabe que estás viviendo una vida que no quieres vivir. Nathium.

Ese latido que hace que te sientas disconforme con tantas cosas de un sistema que ya no te llena y te invita a renacer. Nathium.

Ese latido que te empuja a vivir una vida más plena, y a cambiar las cosas para que tus hijos, y tú mismo, viváis mejor. Nathium.

Ese latido que te empuja a tener un mayor vínculo con la naturaleza para sentirte más vivo, creativo e inspirado al contemplarla a ella. Nathium.

Si lo sientes así, bienvenido a Nathium, el latido de vida que te conecta con la Tierra.

Nos mostramos para ofrecer un nuevo portal de comunicación a todos los seres humanos que se sientan conectados con el llamado de la Tierra, a vivirla, sentirla y protegerla como ese ser sagrado y único que es. Si quieres participar y formar parte de este sentir, contacta con nosotros y ábrete a colaborar, comunicar y participar desde este mismo lugar.

Creemos una red nueva de personas entrelazadas en pos de la defensa del derecho básico a estar conectados con la Tierra y defender su dignidad.

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