Cada revolución ha traído grandes transformaciones sociales. La revolución tecnológica lo está haciendo ya. Limitarnos a repensar las ciudades no será disruptivo. Lo será replantearnos nuestra forma de vida y el modelo de desarrollo social.
La ciudad es un espacio del territorio natural que hemos transformado artificialmente para desarrollar en él una vida cómoda y, teóricamente, plena de bienestar.
Lo curioso es que la pandemia del Covid-19 que estamos viviendo nos ha enfrentado a una cruda realidad: nuestras viviendas y ciudades no son tan cómodas ni adecuadas para una vida localizada en un ámbito reducido. Y mucho menos sostenibles para estos nuevos tiempos que nos ha tocado vivir. Pero, lo que aún es más grave, tampoco está claro que genere bienestar a sus habitantes: densidad alta, colapso, contaminación, largas distancias, falta de espacios naturales, y de naturaleza, …. generan estrés, y riesgos para la salud. Poco “bien-estar” podemos tener en esas circunstancias y si, mucho”trastorno por déficit de naturaleza” (Richard Louv, 2005, “El último niño del bosque” https://www.bbc.com/mundo/noticias-38136747).
Lo que sin duda debe hacernos repensar de arriba abajo el modelo constructivo de nuestras urbes, y de las viviendas. Y ahí estamos como sociedad, en infinidad de diálogos y debates sobre el nuevo modelo de ciudad: la ciudad de los 15 minutos, la ciudad-verde, ….
En los dos últimos siglos el modelo de ocupación territorial, del que la gran ciudad es su máximo exponente actual, se ha invertido en Europa como consecuencia de la concatenación de revoluciones que se produjeron en los siglos XVII y XVIII (comercial, industrial, económica, agrícola, de movilidad, eléctrica, ….) en los países desarrollados.
Esas revoluciones cambiaron las formas de vida, la estructura social, el comercio, la economía, la industria, ….. y la propia ocupación del territorio, surgiendo las grandes ciudades alimentadas en gran medida por el propio éxodo rural. Esto estaba vinculado a su vez al hecho de considerar que el progreso, el avance y el éxito solo eran dables en las urbes. Lo que atrajo una población continua a los espacios urbanos y empobreció (en población, recursos y oportunidades) al mundo rural (https://nathium.com/la-digitalizacion-del-campo-como-freno-frente-a-la-despoblacion-rural/).
En todo ese tiempo, la ciudad y su diseño se ha considerado la panacea y el súmmum del éxito humano y una expresión de nuestra inteligencia, y capacidad de conquista y transformación del espacio natural.
A lo que seguía el pensamiento lógico de que lo moderno era vivir en la ciudad. Y que los que “se quedaban en el Pueblo” era porque no podían aspirar a algo mejor, (por falta de inquietud, habilidades u oportunidades).
Sin embargo, en estos estos tiempos del COVID-19 en los que el miedo, el aislamiento y la limitación de movimientos se imponen, las ciudades miran al campo pero, en realidad ¿que mirán?
Miran a un espacio natural, no convertido en artificialidad, donde lo que domina no es el hormigón ni el asfalto sino los paisajes y la naturaleza. Lo miran con el ansia, no satisfecha por la ciudad, de poder tener una vida digna y unos espacios más acordes al desenvolvimiento de nuestro ser. Y se empieza a atisbar en el horizonte que, ahora, quizás ya si, es de modernos el vivir en el campo y en los Pueblos. Curioso movimiento pendular, en el que debemos pararnos a reflexionar y que abordaremos desde distintos planos en este blog.
El siglo XXI, todo el mundo lo dice, será el siglo de un enorme salto tecnológico pero, también será el siglo del gran cambio y desarrollo de todo lo vinculado a lo rural, y lo natural.
Está claro que el covid ha generado una mirada hacia el campo, una mirada muy condicionada por los propios medios de comunicación y por el hecho mismo de que el campo con su amplitud de espacios se ha mantenido como un lugar más seguro frente a la infección del coronavirus.
Pero la realidad es que, incluso antes de este hecho, ya existía una clara tendencia a impulsar y proteger el campo motivado por múltiples factores difíciles de resumir aquí. Pero como dato destacado podemos fijarnos en el hecho de que el día universal del orgullo rural que se celebrará cada 16 de noviembre, apenas se implantó hace dos años, a partir del pasado 2019.
En mi opinión, que aún no es tendencia pero creo que lo serán en los próximos años, las áreas rurales van a tener un avance exponencial íntimamente vinculado a un cambio en las formas de vida y en el propio modelo social.
A priori, ese avance va a estar impulsado entre otros, por las siguientes variables:
- La transformación digital está generando nuevas formas de vida y de organización de los trabajos que ya está haciendo repensar el diseño de la viviendas y de las ciudades. El llamado “teletrabajo” es el anticipo de una nueva revolución en las formas de organización social -y familiar- que, como ya hemos visto en siglos anteriores, va a tener sin duda un efecto claro y directo en la ocupación del territorio.
- Los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que vienen siendo liderados por la ONU van a ser un motor de cambio en las medidas a adoptar no sólo a nivel gubernamental, sino también empresarial. Cada vez son más las entidades que se suman a la agenda 2030, y cada vez más las empresas que redirigen sus políticas de responsabilidad social al desarrollo de dichos objetivos. Y, recordemos que, entre ellos, está el de “Ciudades y Comunidades sostenibles”, “reducción de las desigualdades”, “acción por el clima”, o “vida de ecosistemas terrestres” entre otros, que tan vinculados están al campo.
- La Comunidad Europea ha puesto el foco en el desarrollo del valor endógeno del mundo rural y en la importancia de abordar el desequilibrio territorial entre la ciudad y los Pueblos, que va a suponer la disponibilidad de importantes recursos económicos en los próximos años enfocados a tal fin.
- La mayor conciencia social sobre la importancia que tienen nuestros actos en el medio ambiente y sobre la necesidad de tener un contacto con la naturaleza van a generar también un claro interés en las ciudades por el mundo rural. Lo que va a incidir en que sean considerados como un espacio de equilibrio territorial y sensorial.
- Los cambios sociales van a permitir que muchas personas y familias con especial sensibilidad hacia el contacto con la naturaleza, hagan un trasvase de vida de la ciudad al campo y van a ser ellas mismas las que con su impulso, provoquen el desarrollo del sector servicios en el mundo rural. Los pueblos y responsables políticos tendrán aquí el reto de saber articular las exigencias urbanas con las tradiciones rurales. Será a mi entender uno de los puntos más “delicados” de todo este nuevo proceso que vamos a empezar a ver en los próximos años.
Nuestro gran reto no será pues el desarrollo en sí del “campo”, que sí o sí se va a dar.
Nuestro gran reto será aprender de los errores del pasado (algo que nos cuesta como sociedad) y definir que su modelo de crecimiento ponga el acento en las personas, el medio ambiente y el territorio antes que en el beneficio y el desarrollo per se.
Nuestro gran reto será que el crecimiento del mundo rural se haga realmente a partir de sus valores endógenos: de su historia, su idiosincrasia y formas de vida y que no colapse la naturaleza, ni caiga en el error de mimetizar el modelo de ciudad (algo que bien debieran aprender los dirigentes de los entes locales) ni de olvidar la importancia de lo que en sí es el bienestar real.
Nuestro gran reto en este futuro -e inmediato- escenario del desarrollo rural será preservar los valores que hoy, en tiempos del Covid-19, lo hacen merecedor de que todo el mundo vuelva su visión hacia el.
Rocío Ledesma para Nathium.com
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