Hoy, 21 de diciembre, es día del solsticio de invierno que simboliza tantas diversas celebraciones vinculadas a este día y que supone el inicio de una estación, la invernal que invita al recogimiento y nos abre las puertas a la Navidad.
Un día tan singular, aún más en este año 2020, y que está plagado de múltiples significados y significantes, me parece un momento idóneo para hacer unas reflexiones más filosóficas a las habituales. Aunque es sin duda mi trato diario con la vida en el pueblo lo que las ha despertado y me ha hecho valorar la enorme importancia de la biodiversidad humana en sus múltiples formas de ser, vivir y pensar.
LA REDUCCIÓN DE LA BIODIVERSIDAD
Durante cientos de años hemos reducido la diversidad vegetal y animal en un porcentaje que tiene asustada a la comunidad internacional. Que preocupe o no a la sociedad de a pie ya es otra cosa porque, salvo que esté en nuestro campo de interés, vivimos totalmente ajenos a esta problemática perdidos en las preocupaciones particulares de nuestro día a día.
Pero a lo que vamos. Se dice, entre otras muchas referencias, que
- “En 1990 ya se había perdido aproximadamente el 70% de los bosques, tierras boscosas y maleza del Mediterráneo, el 50% de las praderas, sabanas y tierras de matorrales en zonas tropicales y subtropicales y el 30% de los ecosistemas de los desiertos.
- Las poblaciones de 3.000 especies salvajes han mostrado una tendencia constante al declive, que ha alcanzado 40% entre 1970 y 2000. La disminución alcanzó el 50% para las especies provenientes de las aguas continentales, y un 30% para las especies marinas y terrestres
- Entre 1970 y 2000, la población de especies salvajes ha experimentado un descenso anual medio del 1.7%.
- “En el siglo pasado, se calcula que la actividad humana ha aumentado la tasa de extinción de las especies a un ritmo mil veces mayor al natural. Según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN, entre el 12% y el 52% de las especies tratadas de forma exhaustiva, como las aves o los mamíferos, se encuentran amenazadas de extinción.
Pincha aquí para información más detallada.
Estos datos evidencian una inmensa pérdida de biodiversidad no sólo de especies sino también genética y de ecosistemas, lo que afecta gravemente a su propia pervivencia al reducir su capacidad de respuesta a los problemas del entorno.
A más de ello, hay quien afirma que esa pérdida de diversidad es parte del problema de la existencia de nuestro querido COVID-19, porque ha llevado a que eliminemos especies intermedias en la cadena trófica evitando pues que aquellas se “coman” el virus antes de que llegue a la raza humana.
Y en este debatir, yo no tengo dudas de que hemos reducido la diversidad humana del mismo modo que lo hemos hecho con la biodiversidad vegetal y animal.
Estamos reduciendo nuestras formas de vida, de ser y de pensamiento a varios modelos estándar únicos que provocan una inmensa pérdida de aporte humano.
Puede que aún no lo hayas visto, o incluso que te estés preguntado el por qué.
Y es más fácil de lo que te imaginas, y en demasiadas ocasiones nosotros mismos somos parte activa y responsable de esa drástica reducción de la biodiversidad humana.
Solemos tender a generalizar las visiones y las posiciones. Cómo si todas las personas tuvieran que ver las cosas del mismo color. Y a tal fin, tendemos a reafirmarnos en ellas rodeándonos de personas y grupos que tienen esa misma, o similar, forma de pensamiento. Relacionarnos con los opuestos o contrarios nos cuesta, y por ende limita el debate enriquecedor que generaría nuevas variables.
O siguiendo modelos e influencers que idealizamos como patrón ideal a seguir y, en la medida de lo posible, repetir. Y creamos la figura del prescriptor, que nos orienta hacia dónde avanzar en vez de conectar contigo mismo para saber qué es lo que a tí más te conviene.
Cada vez más asistimos a opiniones que se presentan casi como verdades innegables o posiciones irrefutables y se utilizan como vara de medir entre lo correcto y lo incorrecto, lo que se exacerba aún más en la matriz de las redes sociales.
Incluso expulsamos de nuestros grupos de whatsapp, instagram o facebook a quién es diferente o nos hace cuestionar nuestras posiciones.
Algo que resulta harto confuso cuando, observando simplemente nuestra propia unidad familiar, somos capaces de apreciar que en ella hay todo un crisol de sentires y vivencias. De opiniones y creencias. Imaginémonos pues en la dimensión cuantitativa de una sociedad.
El hecho es que somos un inmenso muestrario de culturas y cada uno de los seres humanos encierra en sí un enorme potencial de diversidad.
Aceptar esta realidad nos permitiría poner el foco no en (querer) tener razón sino en entender las motivaciones del otro y buscar espacios de respeto.
No hay una única verdad, hay tantas como variedades de sentires y prioridades existen en los seres humanos. Del mismo modo que ocurre con la inmensa gama de subespecies dentro del reino vegetal, entre las cuales, se asevera, que la mayoría de ellas está aún por descubrir y clasificar ( https://www.jardineriaon.com/cuantas-especies-de-plantas-hay-en-el-mundo.html)
Esto es algo que se me ha hecho mucho más patente desde que mi vida se asentó en la inmensidad policromática de la ruralidad, qué tan imbricada está con la diversidad de la naturaleza. Y que activa una riqueza de pensamiento bien diferente y variada a la de las vivencias producidas en el mundo urbano y desarrollado.
Y me hace darme cuenta de cuán importante es que las personas, y la sociedad, recuperemos el contacto directo, aun puntual, con la Tierra para tomar consciencia de nuestra dimensión universal. Puedes leer más sobre esto aquí.
LA PROTECCIÓN DE LA BIODIVERSIDAD
En los últimos tiempos, con más énfasis a partir del Siglo XXI, las políticas, nacionales e internacionales se han dado cuenta del gran perjuicio que ha supuesto esa ingente reducción de biodiversidad vegetal y animal y están adoptando leyes y medidas para proteger esas especies raras y casi extinguidas porque, aunque tarde, se han dado cuenta del inmenso valor y las bondades que aporta su singularidad.
Y debiéramos hacer igual con las personas. Proteger a los que son diferentes y potenciar la diversidad.
Si todas pensamos igual y nos enfocamos a las mismas respuestas y comportamientos, difícilmente vamos a poder impulsar el avance de la humanidad hacia nuevos lugares desconocidos.
¿No son acaso las personas que han visto las cosas de “otro” modo las que han contribuido a replantear las formas, ideas, pensamientos y estructuras preexistentes y con ello han hecho avanzar la sociedad?
¿No se valora a las personas disruptivas precisamente por eso, por cómo sus ideas rompen con todo lo establecido?
¿No serían tenidos por locos esas personas en su momento? Ejemplos tenemos en la historia en demasía como para no verlo.
¿No estamos aprendiendo que personas diferentes, o afectadas, por lo que hemos venido en llamar discapacidad o minusvalías, muestran actitudes y comportamientos innovadores, una visión diferente de las cosas, actitudes empáticas potentes, o una gran capacidad de resiliencia?
¿No nos damos cuenta de que los modelos estandarizados de educación están condicionando esa diversidad potencial del ser humano y afectando a la libertad de ser de las personas infantes y adolescentes? ¿y con ello al desarrollo diverso de nuestra sociedad?
¿Seríamos quienes hoy somos sí, en el camino de la historia de la civilización, alguien no se hubiera enfrentado a situaciones tales como la esclavitud, los derechos humanos, de la infancia o de la Tierra o la posición servil de la mujer?
No puedo ni imaginar que opinarían los congéneres de aquel que, en el Neolítico, pudo crear su propio fuego con dos piedras. La idea de que fuera un mago, brujo, loco o similar estaría en sus mentes.
Como con las plantas, es seguro que aún hay infinidad de potencial humano por descubrir y desarrollar, y enfocarnos en las mismas vivencias, posiciones y sentires constriñe esa posibilidad enormemente.
Sabemos que el cambio, lo nuevo, gusta a unos tanto como irrita y encolera a otros. Pero sin crítica, sin cuestionamiento, sin análisis de la diversidad y un profundo trabajo de observación y entendimiento, no hubiéramos llegado a ser quienes hoy somos como sociedad.
Cada persona tiene su ritmo, su son, su alma, su latido propio.
Como cada planta y cada animal.
Quién cuida un huerto o tiene varias mascotas puede apreciarlo con sencillez en su totalidad. No hay dos perros iguales ni siendo de la misma camada y raza. Ni dos rosas iguales naciendo de la misma mata. Por eso los gemelos son toda una odisea genética.
Pero para evolucionar como especie humana es evidente que la clave ha pasado siempre por la colaboración y ello exige un respeto previo a las ideas y formas de ser, sentir y vivir del otro. A respetar y cultivar la “multiplicidad entre las distintas especies humanas y dentro de cada una de ellas, así como de las culturas, tradiciones, y estructuras de pensamiento de los que forman parte”.
Vincularnos entre nosotros, entrelazarnos, aprender a sentir esa diversidad y respetarla es un inmenso trabajo para el que no tengo claro que estemos aún preparados, tan enfocados en nuestras posiciones vitales particulares.
Y hoy ya es sabido. No somos mejores o peores por como pensamos, vivimos o sentimos. Sino por las intenciones que mueven nuestros actos: El amor o el miedo. El respeto o la imposición. El deber o la libertad. O la conjugación de todo un arcoíris de intenciones puestas al servicio del bien común.
Reconócete como único. Y sé diferente, pero con la intención amorosa de ser tú respetando al otro, con toda la dificultad que ello encierra.
Llegar ahí será el momento de mayor crecimiento de la humanidad. Y quizás del propio planeta Tierra.
Quiero pensar que en ello estamos.
Te animo a que lo reflexiones.
A qué te lo dejes sentir dentro de ti en estas fechas navideñas tan especiales y plagadas de reencuentros y removidas emocionales.
Hay una gran biodiversidad humana. Aprender a verla, reconocerla, valorarla y cuidarla contribuirá sin duda a respetar a su vez la inmensa biodiversidad vegetal y animal de la Tierra. O a la inversa, según tu sentir.
Y en un año marcado por el conflicto, la incertidumbre y la polarización, dónde se nos presentan unas navidades enrarecidas y contrapuestas por el COVID-19, te invito a que, antes de juzgar, criticar o cuestionar otras posturas te atrevas a entrar en el insondable mundo del alma ajena.
Quizás podrás, no necesariamente entender, pero sí, aceptar que cada uno de los seres vivos de este planeta (también los humanos) somos únicos, cada uno aportamos un valor concreto y singular a la Tierra y a la humanidad, y que la integración de la visión del otro pueda contribuir a una mayor vincularidad entre las personas, y a mejorar esta raza nuestra, y de paso la sociedad y la vida en el Planeta.
F e l i z N a v i d a d
Y que este año tu mayor regalo sea aumentar la biodiversidad humana del planeta siendo tú mismo, desde tu singularidad y autenticidad, y reconociendo ese mismo espacio y potencialidad a los demás seres vivos del Planeta.